Su muerte
La escena se ha narrado muchas veces: poco antes de las siete de la mañana del domingo 2 de julio de 1961, Ernest Hemingway despierta en su casa de campo en Ketchum, Idaho, y se levanta. Se pone una bata que le gusta particularmente (la llama “la túnica del emperador”), sale de la habitación cuidando de no hacer ruido para no despertar a su esposa, Mary Welsh Hemingway, y va al cuarto donde guarda sus armas –había aprendido a disparar armas de fuego desde que era niño–. A los 62 años posee más de veinte, entre rifles, pistolas y escopetas.
Elige una de éstas y baja al recibidor. Toma asiento y apoya la frente contra los cañones.
No quisiera uno saber lo que sigue, sino dejarlo allí, suspendido en esos segundos antes de que jale el gatillo. Cuando, con los ojos cerrados, como lo imagina Francisco Hernández en uno de sus estupendos poemas, mira que se acerca un león.
Al difundirse la noticia (que ocupó las primeras planas de casi todos los diarios de Estados Unidos y de muchos periódicos en el resto del mundo), la versión prevaleciente era que la muerte de Hemingway había sido accidental. El arma se había disparado mientras el escritor la limpiaba. Eso fue lo que Mary Welsh declaró a Frank Hewitt, jefe de la policía local, quien fue el primero en acudir a la casa de la distinguida pareja. Por respeto y compasión otras autoridades también lo aceptaron.
El resto de la familia acordó que así se manejara la tragedia.
Durante casi un año, Mary Welsh se negó a sí misma que su esposo se había dado muerte. Sólo pudo lograrlo a fuerza de terapia. Por esa negación, que impedía comprender los motivos de Hemingway (nunca se encontró una nota aclaratoria), su muerte parecía un jeroglífico. Sin embargo, algunos asumieron, desde el principio, que se trataba de un suicidio.
Gabriel García Márquez lo dijo en una nota escrita el mismo domingo 2, recién llegado a México, pero publicada el 9 de julio:
“…Hemingway no parecía pertenecer a la raza de los hombres que se suicidan. En sus cuentos y novelas, el suicidio era una cobardía, y sus personajes eran heroicos solamente en función de su temeridad y su valor físico.
“De todos modos, el enigma de su muerte es puramente circunstancial, porque esta vez las cosas ocurrieron al derecho: el escritor murió como el más corriente de sus personajes, y principalmente para su propios personajes…”
La información que poco a poco salió a la luz a través de la prensa acabó por despejar cualquier duda respecto de la naturaleza de la muerte del gran escritor. En 1964 familiares y editores reconocieron abiertamente lo que ya no se podía ocultar.
Se supo entonces que su salud se encontraba ya muy mermada; que sufría una depresión profunda y se había sometido a una terapia de electrochoques; que había tratado de suicidarse por lo menos dos veces antes.
Sus admiradores –entre los cuales sus lectores eran apenas una fracción, pues Hemingway no sólo era un escritor, sino también un deportista, un combatiente, bebedor y seductor empedernido, prototipo del macho triunfante, ícono de la cultura popular– se preguntaban, asombrados, porqué sufría tanto un hombre que había recibido todos los premios que podía cosechar en su oficio (incluido, por supuesto, el Nobel) y que gozaba de una inmensa admiración internacional.
Eso fue lo que John F. Kennedy subrayó al enterarse de que Hemingway había muerto: “Era uno de los grandes ciudadanos del mundo.”
Si nuestros padres son la vara con la que nos medimos, vivir a la sombra de un padre suicida equivale a viajar por una carretera llena de baches en un camión cargado de nitroglicerina.
Como se sabe, Ernest no fue el único que se quitó la vida en su familia. También su hermano Leicester, 17 años menor, y escritor al igual que él, se dio un tiro en la cabeza, en septiembre de 1982. Y su nieta, la actriz Margaux Hemingway, se suicidó en la víspera del aniversario luctuoso de Ernest, el 1 de julio de 1996.
“Todo hombre anhela morir en su cama, reconciliado”, escribe William Carlos Williams al final de uno de sus más hermosos poemas: “Asfódelo”. Es evidente que no todo mundo puede lograrlo.